jueves, 1 de julio de 2010

Plan Lector. Mes de Julio 2010: La Piña

COLECCIÓN: Historias deliciosas


Autora: Teresina Muñoz Najar


Año de Edición: 2008


Financia y promociona el libro: Tiendas Wong - Metro


Título: La Piña





ADIVINA ADIVINADOR


El primer marinero de Colón que me vio en el Caribe se preguntó:¿Dónde está el pino de esta piña?". Y es que me encontró parecida al fruto del árbol del pino europeo al que todos decían "piña". Pero el parecido es solo por fuera.


Por eso cuando me probó se sorprendió muchísimo. Jamás habría adivinado que pelándome encontraría una fruta tan rica como yo.



Era la primera vez que me llamaban piña y con ese nombre me quedé. Yo nací entre Brasil, Perú y Paraguay. En los dos primeros países me llamaban "yananash" y "naná", palabras que pertenecen a dialectos de la selva. Y en guaraní, el idioma del Paraguay, me dicen "ananás".



Se le dice dialecto a la lengua que hablan grupos pequeños de personas que viven en un mismo sitio.

COMO UNA REINA



Cuando me llevaron a España, entré al palacio real como una verdadera reina. El rey Fernando, que era el esposo de la reina Isabel La Católica, también quedó maravillado al probar la única piña que llegó sin malograrse en uno de los viajes que hicimos desde el Caribe a España.

Lo más gracioso es que no le convidó ni un pedacito a nadie.

Ni siquiera le invitó un mordisco a Pedro Mártir de Anglería, que ese día estaba al lado de Fernando mientras éste se comía su piña.


Don Pedro era un italiano que vivió casi toda su vida en España y que le encantaba escribir sobre todo lo que veía. Él no pudo dejar de contar que el rey no le dio a probar la sabrosa fruta pero que se quedó encantado con su color y aroma.
La antropóloga norteamericana Sophie D. Coe, en un libro interesantísimo que se llama "Las primeras cocinas de América", comenta que en 1549 era bien difícil llevarnos a Europa sin que nos malográramos.
Dice que nos cosechaban cuando todavía estábamos verdes y nos ponían en la cubierta de los barcos, si soplaba buen viento y el mar estaba tranquilo, una buena cantidad de nosotras llegábamos sanitas.

FIESTA EN INGLATERRA

Donde causamos un verdadero alboroto fue en Inglaterra. Los ingleses, tan serios ellos, se quedaron fascinados con nosotras, tan alegres y raras.
Nos utilizaban de los pies a la cabeza. Nuestro penacho o corona, por ejemplo, servía para adornar floreros y centros de mesa. Y como había piñas cultivadas en macetas, nos alquilaban para decorar los banquetes de los nobles. Eramos carísimas.

Pero lo más increíble fue que lograron cultivarnos y cosecharnos a pesar de su clima frío y neblinoso. Los jardineros de los reyes, príncipes y condes hicieron un extraordinario trabajo.
Construyeron unos edificios especiales a los que llamaron piñeros, donde creaban un clima ideal para nosotras: caliente y húmedo. Ahí conocimos a las uvas, a las que también protegían del frío.
TALLA TALLADOR


Tal fue nuestro éxito que los talladores ingleses nos usaron de modelos para fabricar piñas de madera tallada, con las que adornaban las entradas a los grandes y elegantes salones y comedores.

Las piñas talladas en madera también fueron parte de la decoración en Estados Unidos, cuando los ingleses llegaron a colonizar esas tierras. Allá eran símbolos de hospitalidad.


Tanto la piña del pino como yo hemos sido talladas en madera, en plata, porcelana y otros materiales para ocupar los lugares más vistosos de castillos y casonas.
LA QUIJADA DE DON CARLOS V


Por 1517, Carlos V -el nieto de los Reyes Católicos- era rey de España. Dicen que él tenía una maceta con una piña, pero que nunca me probó.


Muchos creen que era debido a que tenía la quijada muy larga y que por lo tanto le era difícil masticar. Otros dicen que en aquellos tiempos pensaban que yo hacía daño a los dientes y que por eso solo me tenía de adorno.

El hecho es que pasados unos años, hacia 1800, nos hicimos muy populares en toda Europa y, aunque seguíamos siendo solicitadas, nuestro precio bajó.

Solo en Rusia, donde difícilmente llegábamos, continuábamos siendo un producto de lujo. Los rusos morían por las "piñas en champaña".


VAMOS A HAWAI



Viajé al Hawai en tres oportunidades. Y en la tercera, que fue en 1886, me quedé para siempre. En las islas hawaianas me han sembrado en grandes cantidades porque el clima me cayó muy bien. Y hasta han hecho un monumento en mi honor en Honolulú.


Además, en 1903, al "gringo" John Dole se le ocurrió que haría un gran negocio enlatándonos.

Desde esa época, en unas máquinas muy poderosas nos quitan el penacho, nos pelan y nos cortan en rebanadas idénticas a una velocidad increíble. Con 100 piñas se demoran solo un minuto. Luego nos envasan en tarros que llenan con un jarabe dulce.
Entramos a las fábricas como piñas y en 15 minutos salimos como piñas en lata. ¡Que divertido!

OBRA DE ARTE


Los moches, que vivían en el norte del Perú mucho antes de que aparecieran los incas, nos cultivaban, nos comían y hacías figuras igualitas a nosotras pero de barro.



También los nazca. Ellos vivían más al sur y, como los moches, fueron unos artistas extraordinarios. Nos dibujaron en vasijas de todo tipo que ahora se pueden ver en los más importantes museos del Perú. ¿No somos regias?

DULCES MONJITAS

De todas las cosas que me pasaron antiguamente hay una que me encanta. Ocurre que en Huánuco, un departamento que queda justo en el centro del Perú había hace años un convento de monjas de clausura.

Las monjitas de clausura son las que nunca salen a la calle porque quieren quedarse a rezar y a hacer dulces. Pues ellas hacían con nosotras el dulce más delicioso que existe.


Ese dulce le gustaba mucho al botánico español Hipólito Ruiz López que vino a América para estudiar todas las plantas. Él cuenta que las monjitas nos hervían y luego nos sacaban toda la parte del medio para picarla y mezclarla con almendras, azúcar y canela, y que luego nos volvían a rellenar. Quedábamos igualitas, como si no nos hubieran tocado.



Con razón los paraguayos nos dicen "ananás", es decir "fruta exquisita".

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