Luisito era un bebé adorable, hermoso, como lo son todos los niños. Pero tenía un defecto no le gustaba que lo bañaran. Era el peor castigo que le pudieran dar. Los remedios los tomaba sin protestar pero si lo querían ver enojado era suficiente que le mencionaran la bañera.
La mamá desesperada trataba por todos los medios de quitarle está fea costumbre, pero por más que le dijera que era una práctica higiénica y saludable, el pensaba lo contrario.
A la fuerza lo metía en el agua y cuando trataba de lavarle la cabeza, Lusito lanzaba unos gritos tremendo y pedía: ¡ la cabeza no¡.
Si le tocaba el turno a los brazos clamaba : ¡los bracitos no¡ y así con todas las partes del cuerpo.
Cierto día la mamá de Luisito iba a comprar un patito y le dijo que elija el que quisiera. Luisito corrió y escogió al pato limpio. ¿Por qué no quieres el otro? - preguntó mamá. - No ves que está sucio -respondió Luisito.
Te das cuenta es que ese se baña y el otro no. Lo mismo sucede con las personas, si no demuestras aseo la gente te rechaza.
Luisito se puso serio y replicó entonces iré a bañarme con mucha agua porque quiero estar limpio. Llena la tina de agua que deseo hacerlo ya.
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